sábado, 22 de octubre de 2011

The Dreamer: Capítulo trece, Sí.

Capítulo trece: Sí.


Estaba muy tranquila entre las apresuradas y feroces olas, cuyo hervor se enterraba entre mis muslos y los pequeños granos de arena masajeaban mi piel, entre tanto, hundí mi cabeza en las aguas saldas y sin abrir los ojos me impulse hacia adelante chocando con la siguiente ola.
Toqué la superficie con mis pies y di un pequeño salto hacia arriba. Tiré mi cabeza hacia atrás, mirando al sol. Luego tomé mi pelo entre mis manos y lo acaricie, llevándolo hacia atrás.
Al salir caminando no pude evitar sentir ese frío intenso. La brisa provocada por las fuerzas de las olas habían erizado mis pelos. Llevé mis manos de una manera para poder cruzar mis brazos, tapando la piel de ambos, de esa manera el frío cesaba.
Abrí la puerta de la casa. Entré. Miré la vacía cocina y sin darme cuenta, sentí una presencia cerca de mí. Mi curiosidad no se perfilaba en mi rostro en aquel momento, estaba segura de que era alguno de mis amigos. Giré en torno a esa persona y mis ojos pequeños llenos de sal se abrieron de la estupefacción.
Lo mire con estupor.
-Ay, hola, pensé que no había nadie rondando por acá.
-Yo pensé lo mismo -logré decir.
-¿Por...? Ya entiendo... -río mirando al suelo- Perdón, ayer tu primo me prestó una de sus remeras y me dijo que se la dejara hoy a la mañana, y que si nadie atendía que entrara por atrás que no iba a ver ningún problema -pauso-. Pero veo que sí.
-No... No te preocupes, está todo bien -reí-. ¿Te queres quedar a tomar algo?
-Me encantaría... -dijo oponiéndose-. Pero no puedo. Delfina quiere que la lleve hasta Valeria del Mar a almorzar.
-¿Hasta Valeria? Que chica más refinada -bromeé.
-No es muy refinada aunque bueno, si quiero que la relación marche bien voy a tener que cooperar con lo que ella me pida.
-Tampoco tenés que ser su esclavo para que todo vaya bien, Harry –opiné.
-Está bien lo que me decís pero... ¿Yo qué sé? -dijo cabizbajo.
-Sí que sabes. No te hagas el tonto y mirame a la cara -levantó la vista-. Escucháme -tomé aire-. Si queres que la relación marche bien busca cosas que los dos tengan que cambiar, no hacer lo que ella te pida, por más que para vos este bien. No tengo ningún tipo de problema con Delfina pero, Harry, mirate, estás todo el tiempo atrás de ella mientras ves que anda coqueteando con otros hombres, y lo peor es que lo hace frente a tus narices. Yo que vos le hablo muy seriamente -pausé-. En una relación las cosas se hacen de a dos, ¿si no de qué sirve el significado de pareja?
-¿En dónde estuviste todo este tiempo, eh? -se acercó a mí- Contestame.... -tomó aire; yo no entendía-. ¿En dónde? Si te hubiese conocido antes por ahí estos... concejos los tomaba y no me pasarían estas cosas o, definitivamente si solo te conocía y listo.
-Es el destino, Harry. Capas que me puso ahora delante tuyo para.... sanar o para advertir, no sé... -reí-. Mira, no sé ni lo que digo.
-Sí sabes -se quedó en la misma posición, observándome-. Bueno, me voy -acabó por acortar esa poca distancia que nos separaba y beso mi mejilla.
-Nos vemos -dije.

Subí a mi cuarto. Abrí la puerta del baño y preparé la ducha. Me desvestí con rapidez y me arrojé sin pensarlo bajo la tibia agua de la ducha. Tomé el jabón y una esponja, lentamente pase el jabón por la esponja mientras que con la mano que sostenía a la misma provocaba una capa suave de espuma blanca. Podía sentir el perfume a jazmines. Deslicé la esponja por mis brazos, por mis piernas, mis hombros, mi torso, mis caderas, mi cintura y mi pecho. Después tomé la crema para el cabello y la coloqué, muy suavemente por las puntas de mi cabello hasta llevarla arriba y crear burbujas por doquier. Me enjuagué por completo. Cerré las perillas. Tomé una toalla y comencé a secarme.
Al ingresar a mí cuarto y comenzar a elegir mis atuendos, pensaba muy atentamente a las palabras que Harry me había dicho: <<¿En dónde estuviste todo este tiempo, eh?>>
Esa pregunta no dejaba de hacer eco, de resonar una y otra vez dentro de mis pensamientos. Nunca me gustó dejar que las ilusiones me ganaran. Por eso prefería fingir y hacer de cuenta que las cosas nunca me habían sucedido. Me gustaba más eso a que, de alguna manera, sufrir por un amor, o un hombre, que no me correspondiera.


Muy despejada de todo bajé las escaleras y sin aviso a nadie tuve la disparatada idea de cocinar omelette para el almuerzo. Tomé siete huevos, jamón y queso cremoso. Busqué el encendedor negro que me había obsequiado Tomás antes de viajar a Cariló. 
Lo había encontrado justo arriba del modular de la entrada. Llevé mis pies descalzos a la cocina, giré hacía el lado contrarío la perilla del gas, luego me ubiqué en frente del horno y apreté su ultimo botón. Con el encendedor en la mano, encendí la mecha, y colocándolo cerca de la pequeña hornalla cree en su borde una pequeña llamarada azul. Allí iba a dejar descansar la sartén con el aceite. Hice eso mismo. Esperé a que el aceite se calientara, llegando a su punto y lentamente, con un cucharón, iba llenando la sartén de la maza que había hecho con los huevos e ingredientes para darle sabor.
  
Al terminar con todo decoré la mesa. Me había llevado exactamente unos 50 minutos de reloj.
Subí las escaleras por segunda vez y llamé a los demás. Florencia y Natalia enseguida bajaron al comedor, en cambio Luz se tomó su tiempo entre ir al baño y cambiarse de ropa. Tomás bajó en calzones y Mariano con las pantuflas blancas con un hermoso diseño florado, en realidad eran de Mayra. Por ultimo desperté a Mayra con mucho cuidado, a ella no le gustaba que la despertasen a los gritos apurados o con ruidos extraños.
Cuando estuvimos todos juntos en el comedor solo charlábamos y no dejábamos de reír por cualquier incoherencia.
-¿Vino Harry? -preguntó Tomás.
-Emm... Sí, vino -reí tímidamente.
-Eh, eh, ¿y esa risita? -interrumpió Natalia.
-¿Cuál? ¿Esta? -reí con mucha potencia.
-No te hagas la tonta que nos dimos cuenta -dijo Mariano.
-¿Te gusta Harry? -peguntó Natalia.
Yo tarde en contestar.
-No -mentí.
-¡Como se miente! -gritaron Florencia y Luz.
-A que sí te gusta y no nos queres decir -comentó Luz.
Mayra, en todo ese lapso de preguntas y exclamaciones y esa maldita presión, no despego su vista de mí y yo de ella.
-No me podés mentir a mí que soy tu primo... -exclamó Tomás.
-¿Saben qué? -dije ya rendida- Me tienen harta, y como me tienen harta les voy a decir que sí... ¡Sí, me gusta! ¿Y qué? ¿Algún problema?
De repente todos se levantaron de sus asientos y con unas sonrisas en sus rostros, se acercaron a mí y yo sin poder hacer nada al respecto comenzaron a hacerme cosquillas. Eso me dolía. No tengo cosquillas.
-¡Basta, me duele! -grité.
Se alejaron cinco, y uno quedó al lado mío; Tomás.
-Ahora vas a ver vos...

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