jueves, 10 de noviembre de 2011

The Dreamers: Capítulo diecisiete, El Universo.


Capítulo diecisiete: El Universo.


Era una hermosa madrugada de exactamente un sábado diecisiete de enero de la tercera semana del año 1987, se notaba el aire sabático, el dulce, juvenil y jubiloso aire sabático. Desde que habíamos llegado a Cariló ese sábado fue el único día en el que pude sentirme fresca, no obstante, hasta que me levantaré de la cama de manera perezosa y por alguna extraña razón me dirigí a la sala de estar y prendí la televisión para ver el noticioso: iba a ser una tarde lluviosa. Maldecí por lo bajo. Creía por fin que podía tener mi día ''perfecto''.
Me volví a las escaleras clavando mis talones en la madera, proporcionando un mal humor para el ambiente alborozado.
-¿No vas a salir? -dijo una voz a mis espaldas; Natalia.
-No, va a llover -dije-. Pero... -reflexioné-, a mí me gusta la lluvia, ¿por qué hago tanta maraña si al fin y al cabo voy a terminar saliendo?
-O sea que sí, vas a salir...
-Te equivocas. Vos me hiciste la pregunta hace dos minutos, y refiriéndote a este momento, ¿o querrás decir hoy a la tarde?
-Sí, ¡eso! Hoy a la tarde.
-Entonces... sí, voy a salir -la observé parada en el último peldaño de la escalera-. ¿Por qué?
-Nada... quería saber si te podía acompañar -tomó aire-. ¿Puedo?
-Si Nati, ¿cómo no vas a poder venir? -hice un paréntesis- Pero no te hagas ilusiones, mira que solo voy a salir a caminar por ahí, nada interesante como verás.
-No será interesante pero si saludable, además es lindo pasar un rato con vos.
-Sí... Bueno, también tiene su pro eso de pasear conmigo -finalicé y subí las escaleras.

Cada paso era un respiro, y cada respiro se volvía del aire. Me mire las manos por última vez antes de girar la perilla de la puerta de mi habitación, esa humilde habitación que me acogía del mundo exterior y sus problemas. Metí mi cuerpo dentro de mi cama y me acurruqué entre las almohadas, todavía tenía algo de sueño. No obstante, mis ojos no se cerraban, por lo que tuve que voltearme a mirar al techo. Tomé mi almohada china y la acomodé debajo de mi busto. Por más extraño que suene siempre me encantó situar esa almohada justo debajo de mi ubre. Mientras observaba el techo le presté atención a una pequeña mancha de humedad que de a poco se iba expandiendo en esa pequeña esquinita superior. El reportero no se equivocaba, esa tarde iba a llover. Y vi la humedad en el pelo de Mayra, antes que a esta pequeña rebelde en la cubierta de mi aposento.
De pronto, y dado por visto que no podía volver a dormir, me levanté de mi lecho hacia el estante en dónde descansaba mi casetera. A su costado había un minúsculo estante en donde reposaban mis casettes de los Beatles. Coloqué el de ''Help!'', y apenas comenzó a andar lo dejé seguir su curso. Pasaron cuatro hermosas canciones hasta que por fin pude percibir mi tema favorito: I’ve Just Seen A Face. Tomé asiento junto a mi escritorio y del primer cajón saqué mi agenda personal (todo lo contrario a un diario íntimo), luego busqué mi pluma y me dispuse a escribir lo que me hacía sentir la canción en ese momento.
Colores. Sol. Cesped. Agua. Alegría. Euforia. Eso era lo que me hacía sentir y ver la canción. Al terminar, después de dos minutos y tres segundos, tendí mi cama al verla tan desalineada. Me acerqué al ropero y de allí tomé lo que iba a vestir esa tarde, teniendo en cuenta que iba a llover: elegí mi pantalón de jean y mi blusa blanca con mangas de tres cuartos de largo, y sin faltar, mis borceguíes –la gente siempre acostumbra a decirme que estaba un poco loca por el hecho de que, aunque sea verano, nunca dejaba de usar mis borceguíes negros.
Mientras me vestía, un ente atrevido decidió ingresar sin antes preguntar. La situación era incómoda; yo con el pantalón a medias y Mariano perturbado.
-Madre mía –dije-. ¿No podías tocar antes, nene?
-Perdón Vicky –escondió su rostro detrás de la vergüenza.
-Mmm, está bien –terminé de abotonar mi pantalón y me guié hacia donde estaban mis borceguíes. Los tomé y me arrimé a Mariano- ¿Para qué viniste? ¿Qué pasa?
-¿Bajas a desayunar?
-No.
-¿Por qué no?
-Porque no quiero, punto.
-No seas así, después te andas mareando y se te baja la presión.
-¿Y qué? –pausé- Desayune o no desayune me mareo igual, no te olvides que tengo talasemia y  por eso la presión se me baja cuando quiere.
-No me interesa… Vas a ir a desayunar.
-Sí, sí, esperar, ya bajo… Sí, sí –expresé de manera sarcástica.
-Dale ma, no seas tonta, te va a hacer bien desayunar.
Reflexioné: me quiere cuidar y por otro lado no me molestará más si le digo que sí.
-Está bien, ya bajo.

Bajé, pero me custodiaba Mariano, y eso me molestaba… No sé qué le sucedía, ¿acaso tenía miedo de que me escapara? En todo caso me tendría que haber echado el ojo cuando desayunáramos.
-Bom dia –saludó Mayra, mientras me acomodaba en la silla justo delante de Tomás, quien bebía café y ojeaba una revista de autos a su izquierda.
-Buongiorno –contesté yo con una sonrisa.
-Si vamos a empezar a saludarnos en distintos idiomas entonces… Good morning! –esbozó Luz.
-Bonne journée –dijo Natalia, luego comenzamos a reírnos, hasta que Florencia dijo.
-Buen día –y avistó su jugo de naranja.
-En fin… ¿Qué van a hacer hoy? –preguntó Tomás.
-Vicky y yo vamos a salir a caminar… -contestó Natalia alegre.
-¿Y los demás? –volvió a preguntar, estaba vez con una tostada en la mano.
-Emm… Flor, Luz, y yo vamos a mirar una película en el living, así que les pido a ustedes dos –señalando a Mariano y a Tomás- que no estorben…
-Quedate tranquila que no vamos a estar, negrita –dijo Mariano, acompañando su gesto con unas palmadas en el hombro de Mayra.
-¿Y a dónde van? –pregunté. Luego miré a Tomás.
-Qué se yo… Por ahí.

Me sentí estúpidamente feliz al notar que el Sol estaba siendo desterrado de mis ojos por la monarquía de las nubes y las pequeñas gotas que se avecinaban de a poco. Ese paisaje gris acaparaba al azul cielo y al punto amarillo, que de apoco, se apagaba.
No me importaba lo que se encontraba enfrente de mí, sino, ver esas olas dibujadas en el firmamento, las cuales me hacían sospechar que el mar no estaba en la Tierra, sino en las profundidades del universo. Y ahí me surgió ese pequeño granito de curiosidad por saber que había detrás de esos nimbos cenicientos. Sabía históricamente que era la ausencia de materia, pero que con
la teoría ondulatoria de la luz  y el vacío se constituyó en algo, que era el ‘’éter’’, al punto que no sólo era algo, sino que llegó a tener un sentido de sólido. No obstante, el péndulo no para, y la teoría cuántica parecía desterrar definitivamente el “sólido éter”. No duró demasiado, ya que, la relatividad había encontrado que el espacio se curvaba, por ende, ya no aceptábamos la posibilidad del ‘’éter’’ ni de que era vacío.
-¿Te gustaría ver que hay en el Universo? –le pregunté a Natalia.
-Bueno… Hay muchos gases esparcidos por las explosiones de las estrellas, hidrógeno, hay estrellas, planetas, nebulosas, rocas volando por cualquier lado, polvo, agujeros negros, galaxias, y muchas cosas de las cuales no tengo idea.
-Sí, es cierto… En parte, porque todavía no se han descubierto.
-Exacto –sonrió, yo también.
Hubo un silencio de sosiego, hasta que yo lo
interrumpí con mi vozarrón.
-Ya van diez cuadras y no llueve del todo, ¿qué hacemos? ¿Vamos a…? –y entonces se desató una tormenta.


Estábamos lejos de casa, podrían separarnos diez ridículas cuadras, pero las mismas eran demasiado largas. Natalia y yo caminábamos debajo de los techados de los negocios, a la vez que yo trataba de tapar algo de mi cuerpo con la campera de cuero sobre mi cabeza. De todas formas no había funcionado, porque a la mañana siguiente ya me dolía la garganta y tenía la fiebre alta.
Alguien había llamado a la puerta. Me levanté rápidamente y me asomé a mi húmedo balcón. Era Harry.

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