domingo, 21 de agosto de 2011

The Dreamers: Capítulo uno, Cariló.

The Dreamers.


Autora: María V. Cardillo
Dedicatoria: A Michael Joseph Jackson y a todos mis sueños y deseos en esta vida.


Capítulo uno: Cariló.

-¡Dale nena, apurate! ¡No vas a ir a un concurso de belleza, vamos a estar ocho horas pegados al asiento hasta llegar a la costa! ¡Así que no te maquilles tanto! – gritaba la joven de cabello marrón ondulado y largo hasta su cintura.
-Dejala, ya nos voy a vengar –comento el muchacho de ojos celeste sentado detrás de aquella muchacha.
-¡Bien, Tomi! –festejo el flaco alto y poco afamado, Mariano.
Florencia por fin se decidió a salir. Estaba furiosa pero a la vez deslumbraba; sus ojos bien remarcados con una capa exagerada de delineador negro, unas pestañas largas y sus labios rosados. La camioneta se puso en marcha; los jóvenes estaban excitados y entusiasmados por realizar esa gran aventura que disfrutaría y compartirían juntos en una de las más bellas playas de Buenos Aires. Algunos quizás, encontraron lo que llamamos ‘’el verdadero amor’’, otros buscaron aventuras, pero uno en especial quería saber quién es el ‘’supuesto sujeto’’ que gobernaba su cabeza por más de quince años. Pero, no todo ser humano está capacitado para cuestionarse ese tipo de cosas en el sondeo de su vida, el tiempo lo diría. Cada uno tenía tatuado en su sangre el futuro que se podían forman, entre ellos o sin ellos.
-Mayra, necesito que estés despabilada en el viaje para procurar que no me duerma –hizo un paréntesis- ¿Sabes qué? ¿Por qué no nos hacemos unos mates? Obvio que sebas vos –propuso la joven al volante con una dulce sonrisa.
-Dale Vic, espera que le… -se estiro hacia atrás para poder acomodar su columna vertebral- … que le… pido a Tomás el termo con la yerba y todo eso, ¿dale? -se estiró hacia atrás y Tomás le cedió el termo con e mate.
-Sí.
-Listo, ¿arrancamos nuestro sueño?
-¿Qué te parece? –dijo la áurea sin dejar de mirar al frente con una sonrisa en su faz.


                                                   * * *


Estaba muy excitada por pisar el mar y sentirme parte de él, libre, observando todo punto que mis ojos alcanzaran. Mientras los chicos, Mariano y Tomás, bajaban los bolsos y las chicas se instalaban, yo pegué una vuelta a la redonda a la casona. Me dijeron que nos pertenecían una milla y media de mar solo para nosotros, del perímetro teníamos 10 kilómetros del lado izquierdo de la casa, y del lado derecho unos 20 kilómetros, obviamente nosotros podíamos hacer lo que queríamos solo en esos 30 kilómetros. Caminaba del lado Oeste de la casa, y tirados o enterrados en la arena encontraba pequeños caracoles de diversos colores. Observaba atenta, y al ver que había muchos de ellos regrese a la casa corriendo para tomar un balde e ir juntándolos a medida que yo iba avanzando.
Al llegar a la casa me tropecé con Tomás, quien me miró con una sonrisa y sus bellos ojos cósmicos me miraron con profundo cariño. Ambos nos reímos por el choque; él siguió bajando los bolsos y yo me encamine al segundo piso de la casa en busca de un balde, pero más que nada en busca de Mayra, ella sabía en donde estaban las cosas de limpieza más que nadie.
-¡May! ¡Mayra! –gritaba mientras subía las escaleras.
-¿Qué pasa mi amor? –preguntó desconcertada saliendo de su cuarto, al parecer.
-¿De casualidad no sabes en donde hay un balde?
-Fijate en… En el coso ese que está al lado de la heladera –suspiro- ¿Viste que hay como un armario chiquito? Bueno, ahí adentro metí todo eso –sonrió- ¿Para qué lo queres?
-Ah, estoy juntando los caracoles que veo en la ''playe'' –la lengua se me había trabado, y cuando eso pasaba me ponía histérica- ¡Dios! - vociferé rechinando los dientes a medida que baja las escaleras.
Mayra reía por mi acto.
Bajé las escaleras a galope, sosteniéndome de la baranda de madera correctamente barnizada. Esta tenía un color oscuro, viejo y sucio, a mí me gustaba.
Mi vestido blanco floreado de margaritas en tonos de grises volaba gracias a la brisa que se había avecinado por la puerta principal, mientras que mi cabello seguía intacto detrás de mis orejas. Di un medio giro y quede de espaldas a la puerta de aquel armario pequeño, volteé nuevamente y lo abrí con mucha precisión. Visualice dentro de él un Ace, dos paquetes de papel higiénico El Coloso y cosas higiénicas para nosotros, nuestra ropa y herramientas para reparar algún buro roto, en algún momento indeseado. Al fin encontré el bendito balde, estaba debajo de todo, lo agarré y salí nuevamente. Justo cuando yo salía, entraba Mariano con su cara de nada sosteniendo mi bolso. Le sonreí, pero él no vio mi sonrisa, solo mi cara de todos los días.

Caminaba lo más tranquila posible, el mar me llamaba con sus olas y yo sin duda no pude evitarlo. Miré el horizonte; esa línea en donde la Tierra se encuentra con el Cielo. Me pareció adorable ver a lo lejos, por allá más al Este, un velero navegando cerca de las picudas rocas. La verdad que estaba asustada, ¿y si se estrellaba con las rocas? No, me daba miedo, por lo que miré al frente frescamente, luego al suelo, y me propuse a tomar cada caracol de la limpia y lucida arena.
Dos horas me llevo recogerlos a todos, me cansé y volví a la casa. Cuando entre Tomás estaba dormido en el sillón, Mayra estaba en la cocina preparando mate, Natalia Limpiaba la mesa y Luz trataba de limpiar por detrás de la heladera. Me sorprendió que no estuvieran ni Florencia ni Mariano molestando a Mayra para que les sebara un mate a uno de ellos dos primero. Por lo que pregunté:
-Nati, ¿en dónde están Mariano y Flor?
-Creo que se fueron al centro, yo no tengo ganas de cocinar esta noche, Mayra y Luz menos y Tomás ni te digo… Y vos no sabes, no te gusta y si lo llegaras a hacer no te lo permitiría porque te quedaste ocho horas despierta sin chistar –me sonrió y se apresuró para abrazarme.
Su abrazo fue sorpresivo, no lo esperaba, mucho menos alguien como yo, arisco.
-No es para tanto deforme, mientras no me hinchen las que no tengo con hacer un budín ahora todo bien –comente a propósito, sabiendo que a Mayra le encantan mis budines.
-Ah, ¿no me vas a hacer un budín? Así quedamos vos y yo, ¿eh? –dijo Mayra haciéndose la ofendida, subió las escaleras y yo corrí detrás de ella, subí un par de escalones y la abrace por la cintura.
-Era un chiste cara culica –le di un beso en el cachete.
-¿Viste tu pieza? Vista al mar tal y como dijimos, obvio que con balcón –me agarró del brazo y me dirigió hasta dicho lugar.
Era grande, espaciosa y muy peculiar. La adoraba. Las paredes eran blancas, el piso de madera y el techo igual. Tenía un ventanal enorme de vidrio transparente, estaba un poco sucio. Era de esperarlo, estábamos solo a unos metros del mar. La cama era de una plaza, estaba ubicada a la izquierda, en un rincón. Había muchos muebles de pino sin pintar.



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