jueves, 10 de enero de 2013

Capítulo catorce.


Crece.


Dos meses: cambios en el cuerpo de Gael, hormonas que conmutan, embrión que toma forma humana; felicidad para muchos.

A pequeños pasos, el vientre de Gael, crecía. Todas las madrugadas se despertaba a causa de una terrible molestia en su garganta, cuya quemaba sus cuerdas vocales e insistían en querer salir disparadas. Las nauseas eran cotidianas, agobiantes y dolorosas. La fuerza que Gael hacía para poder desechar todo aquel ácido estomacal y ese poco de bilis, provocaban que se le notase la vena subclavia, marcando la vena yugular interna, y haciéndole sentir un gran dolor en el pecho y vena tiroidea. Lo que provocaba que se tomara rápidamente del pecho, por falta de aire y esa típica sensación de poder llegar a morir. Nunca faltaban las lágrimas, y las preocupaciones de Zayn. Este siempre esperaba detrás de la puerta a brazos cruzados y con el entrecejo afligido. Últimamente -según Gael y Harry-, él había estado muy remoto e infrecuente. Sólo uno de ellos sabía de qué se trataba, Zayn tenía algo bajo la manga. Liam estaba contento por aquello. Liam, quién dentro de unas semanas haría un viaje a hacia Paris con su amada Danielle. Hubieron varios cambios, como por ejemplo: Harry salía a tomar caros tragos por la noche y, si existía tal oportunidad, una bonita muchacha marchaba a pasos de tacón detrás de sus mocasines de señor hasta su habitación en aquella gran casona que compartía con sus camaradas, tres mujeres y un futuro bebé. Las mujeres, de las cuales la más preocupada se podía percibir, era Gael, y era muy normal por sus hormonas y su quinto sentido: el de madre metódica. Sentía que Harry corría cierto riesgo moral y emocional, sin embargo, mucho no podía hacer, ya que Harry solía comportarse como un bastardo desde aquella vez en la que esa ''dulce'' chica lo desterró por siempre a la oportunidad de poder dar un paso a su mundo de niña egocéntrica, algo que realmente destruyó las ilusiones de un nuevo futuro para Harry. Pero Harry fue ciego, no se había dado cuenta de aquello, o simplemente no quería darse cuenta de eso. Quizás, lo único que quería, era un poco de amor de alguien que no era correspondido, absolutamente para nada correspondido.
Louis y Eleanor habían estado buscando por las, aún, frías calles de Londres un sutil apartamento cerca de sus trabajos y de la Gran Casona, como ya la habían apodado entre todos. Estaban felices, casi que comían perdices. Pero sentían que algo les faltaría; Eleanor lo había descubierto un día mientras sus lágrimas caían sobre el cuchillo, producto de cortar cebollas, y eso se debía a que la ausencia física de todos esos lunáticos  dos mujeres y un futuro bebé, iba a ser muy notorio. Iría a extrañar los silbidos de Niall cuando buscaba comida en la alacena o el refrigerador, el silencio de Gael leyendo pero sus ruidos al rascarse un ojo o la nariz, la obsesión de Zayn por su cabello, el sonido de dos pies arrastrándose consecuencia de un Harry pasado de copas y bajo los brazos de la resaca, el calor que el cuerpo de Liam le enviaba en las noches heladas cuando se sentaban juntos a ver una película en la sala de estar, y por su puesto, las caricias francas y dulces de Danielle cada vez que ella no podía despertar en las mañanas para concurrir al trabajo. Iría a extrañar mucho cada pequeña cosas de cada uno de ellos; iría a ser inevitable. En cambio, Louis, estaba más ansioso, no tan melancólico. Ya era un tipo grande -viejo, según él mismo- y tenía que independizarse de una vez por todas del lazo fraternal que lo une a él con todos aquellos cuerpos alegres y danzantes, e independizarse de una vez por todas, finalmente. Gael estaba bastante triste por ello, y allí se lenoaba su sexto sentido: el de madre nostálgica.
Niall había cambiado un poco sus hábitos alimenticios y mantenía una saludable relación con Julia, quien da la casualidad de que era una chica de boca grade, lo que significa que, al igual que Niall, comen sin interrupciones. Todos aprobaron su relación. Además, Julia es una chica llana, clara, y cuando aparece en cualquier habitación, una luz se enciende con ella, eso da a entender que es muy lúcida y su porte en alto demuestra confianza, mucha confianza, de la cual espera que Niall se contagiase. Al principio, Gael se había comportado un poco extraña, los celos la invadían, y allí aparecía su séptimo sentido: el de madre posesiva. Pero se encontraba muy feliz por el hecho de que, Niall, finalmente haya encontrado a alguien tan indicado para él. Nunca le gustó que estuviese sólo, la soledad es buena en ocasiones, sirve para pensar, meditar  y disfrutar del tiempo de ocio, cuando se es joven, pero con el paso del tiempo, el individuo, inconscientemente comienza a pensar en sentar cabeza... Y claramente era eso lo que le estaba ocurriendo al gran niño Niall.

Zayn sostenía el cabello de Gael con cuidado, de esta forma ella no lo estropearía con su propia regurgitación. Gael cerraba los ojos, y cada vez que ella los cerraba, Zayn le acariciaba las sienes y con otra mano le frotaba suavemente el pecho. Se veía muy preocupado, como todo padre primerizo. Las visitas a la Clínica eran frecuentes, parecían preocupantes para sus amigos, pero siempre se enteraban de que en realidad no era nada, un simple control para cuidados del embrión y la madre. Los doctores detectaron una gran mancha negra en Gael; en sus pulmones. Esas ganas de toser jamas se le iban, a veces parecía que iba a mejorar, y lo hacía, pero luego, todo se desbordaba y muchas veces le salía flema con humor, y demasiada amargura. Eso la tenía preocupada, y estaba segura, al igual que su pediatra y doctores, que se debía a su adicción a la nicotina. En el embarazo, claramente, no la consumía. Perjudicaría la saludad del niño y no sería alguien sano en su futuro.
Las nauseas cesaron, al fin.
Gael apoyó sus codos sobre el borde de la taza del inodoro y tomó su cabeza entre sus manos. Luego, muy lentamente, se limpió los restos de sus labios con el dorso de su mano, y segundos después comenzó a toser. Se tomó del pecho y se incorporí del suelo.
- ¿Te sientes mejor? -le preguntó Zayn, al mismo tiempo que la sujetaba por los brazos.
- Sí, un poco -hubo una pausa-. Bastante.
- Me preocupa que tosas tanto. Dime, ¿cómo vas con eso? ¿Lo ha hablado con los doctores? ¿Que toas demasiado afecta al bebé? -preguntó rápidamente, una pregunta tras otra.
Gael sonreía con un brillo espontáneo en sus ojos.
- Despreocupate, cariño -le dijo.
Estuvo a punto de tocar la cara de Zayn, pero recordó que esta estaba sucia.
- Antes de tocarte me debo lavar las manos -rió.
- Tu no debes preocuparte por eso.
- Es asqueroso -apuntó, al tiempo remojaba sus manos en jabón y agua.
Zayn suspiró, y Gael vio una dócil sonrisa a través del espejo.
Al terminar Gael de asearse, decidieron bajar. Zayn planeaba ir al jardín a ayudar a Louis con la jardinería y el cuidado de las miles de plantas y flores, se estaban muriendo por el frío. Ese comenzaba a ser uno de los inviernos más gélidos de todos los tiempos en sus aún cortas existencias; tan frío que hasta hubiese podido haber roto huesos. Pero no lo había hecho, todavía.
Gael estaba en la cocina, conversando con Niall.
- Debo confesarte algo, G -comentó súbitamente en el medio de una gran creación: un sándwich de pechuga de pollo con salsa picante; se lo notaba algo preocupado, a Niall, no al sándwich.
- ¿Qué sucede, amor mío? -preguntó, ahora preocupada.
- Es difícil como para poder decirlo así como así -explicó, mientras se snetaba a un lado de ella.
- Dímelo con paciencia y lentitud, te sabré entender -dijo ella, dulcemente.
- Tu voz resuena como un eco pacífico en mis oídos -se expresó, algo distraído-. En fin -tomó una bocanada de aire junto a un poco de ese emparedado de puro sabor-. Es que -tragó-, es un poco, bastante... Ammm... ¿A qué edad perdiste la virginidad?
Gael abrió un poco los ojos y luego miró a la nada; estaba pensando.
- A los diecisiete, con Zayn -sonrió estremecida al recordarlo.
- Oh, vaya -miró el emparedado.
Gael sintió un cosulleo en su nuca, por lo que realizó:
- ¿Aún eres virgen, Niall?
Niall se atragantó con un pedazo de pechuga.
- ¿Qué? -río nerviosamente- Claro que no so..y vir...g... -no podía hablar, esa mirada que Gael le daba era como para dejar las mentiras de lado-. Sí, soy virgen -se confesó, utilizando sus manos como un santuario privado lejos de los bullicios ajenos.
- No está mal, Niall -dijo Gael, sobándose el vientre-. Dicen que no hay que saltar etapas; yo salté muchas y ahora me tendré que hacer adulta rápidamente. Cada uno lo decide, o le va de una manera diferente -paréntesis-. A mi de esta -señaló su vientre-, y a ti de esa -lo miró a los ojos, muy  profundamente.
- No me mires así, me intimidas -se zambulló lo poco que le quedaba de ese emparedado-. Por cierto, sólo tu lo sabes.

Gael y Niall se encontraban en una farmacia. Niall estaba cubierto, completamente cubierto, temía encontrarse con algún colega del trabajo en el momento de elegir un preservativo para luego utilizarlo en pleno acto del coito con Julia. ¡Qué vergüenza! Gael estaba parada detrás de la góndola dos, mirando algunos objetos que se utilizan cuando se tiene un bebé o cuando se está esperando uno. Mientas tanto, no desaprovechaba el momento para echarle una mirada a Niall, a sus inquietudes y su desasosiego por llegar a ser descubierto por alguien conocido. Las probabilidades de que aquello ocurriera eran pocas, por lo que Gael estaba tranquila acerca de eso.
La campanila del local sonó con fuerza, y Gael y Niall giraron a ver de quién se trataba. Ninguno de los dos creía lo que veían: era Harry entrando por la puerta. Niall le pudo haber dicho que sí, que es noche la pasaría con Jualia, pero no, lo primero que atinó a decir fue:
- ¿Me podría dar algo para los dolores de cabeza? -dirigiéndose al farmacéutico.
Harry lo observó con medio sonrisa.
- ¿Y tu qué haces aquí, cielo? -preguntó Harry a Gael.
- Lo acompaño; en el camino venía tambaleándose -mintió.
Niall la miró de soslayo.
- ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? -le preguntó Gael a Harry.
- Vengo por unos... ''sombreros'' -dijo con sus dedos formando unas comillas.
Gael comprendió al instante, y Niall igual.
- Oh, ya veo -rió.
Harry rió; Niall rió; el farmacéutico los observó detrás de sus bajos lentes con una mirada retórica.
Entonces Niall tomó eso como una oportunidad para poder elegir al mismo tiempo que Harry elegía unos para él, ya que no sabía nada sobre el tema.
- Bien, ya que estamos aquí, puedo comprar unos ''sombreros'' -comentó Niall.
- Los pago yo -dijo Harry.
- No, está bien - Niall El Modesto.
- Insisto, amigo -señaló Harry, colocando su mano sobre el hombro de Niall.
- Bien -sonrió satisfecho.
- Aquí tiene su migral, jóven -interrumpió el farmacéutico.
Gael tomó la caja por Niall y también pagó por ello.
- Veo que estoy de suerte -comentó Niall, con sarcasmo.
- Lo lamento; eres irresistible -dijo con una gran sonrisa.
- Es cierto, lo eres. Grr -Harry El Cómico.
- Sí, por su puesto - hechó su imaginaria melena hacia atrás y parpadeó un par de veces.
El farmacéutico rodó los ojos; soberbio.
- Muchacho, dígame, ¿qué se le ofrece? -preguntó Harry.
El farmacéutico entrelazó sus manos y las colocó sobre el mostrador de cristal.
- Condones -dijo.
- ¿De qué marca?
- Durex -respondió.
- ¿Color?
- Azul -sonrió.
El hombre se echo unos centímetro hacias atrás y tomó una caja azul con detalles en blanco.
- ¿Algo más?
- Sí -le codeó a Niall; Gael los miraba con detención-. Vamos, pide tú.
El hombre senil observó ahora a Niall.
- Emm... -miró por debajo del mostrador las variedades de cajitas-. Deme los rosados -se guió por ese color sólo porque sabia que ese era el color que más le gustaba a Julia, sin embargo no se detuvo a ver lo que decía la caja.
El farmacéutico se lo cedió y Harry sonreía sorprendido.
- ¡Vaya, Niall!
- Son veinte con cuarenta y ocho -dijo el hombre, algo irritado.
Gael no sabía si reír o llorar.
Niall era un completo novato, claramente.
- Aquí tiene -Harry le dio treinta euros-. Quédese con el cambio. Hasta luego.
Se retiraron de allí y Niall seguía sin entender sus risas. Hasta que la leyó el prospecto: ''sabor a frutillas, para más placer''. ¿Sabor a frutilla? ¿Y para qué qué querría tener un sabor en el...? <<¡Oh, dios santo!>>, pensó.


jueves, 10 de noviembre de 2011

The Dreamers: Capítulo diecisiete, El Universo.


Capítulo diecisiete: El Universo.


Era una hermosa madrugada de exactamente un sábado diecisiete de enero de la tercera semana del año 1987, se notaba el aire sabático, el dulce, juvenil y jubiloso aire sabático. Desde que habíamos llegado a Cariló ese sábado fue el único día en el que pude sentirme fresca, no obstante, hasta que me levantaré de la cama de manera perezosa y por alguna extraña razón me dirigí a la sala de estar y prendí la televisión para ver el noticioso: iba a ser una tarde lluviosa. Maldecí por lo bajo. Creía por fin que podía tener mi día ''perfecto''.
Me volví a las escaleras clavando mis talones en la madera, proporcionando un mal humor para el ambiente alborozado.
-¿No vas a salir? -dijo una voz a mis espaldas; Natalia.
-No, va a llover -dije-. Pero... -reflexioné-, a mí me gusta la lluvia, ¿por qué hago tanta maraña si al fin y al cabo voy a terminar saliendo?
-O sea que sí, vas a salir...
-Te equivocas. Vos me hiciste la pregunta hace dos minutos, y refiriéndote a este momento, ¿o querrás decir hoy a la tarde?
-Sí, ¡eso! Hoy a la tarde.
-Entonces... sí, voy a salir -la observé parada en el último peldaño de la escalera-. ¿Por qué?
-Nada... quería saber si te podía acompañar -tomó aire-. ¿Puedo?
-Si Nati, ¿cómo no vas a poder venir? -hice un paréntesis- Pero no te hagas ilusiones, mira que solo voy a salir a caminar por ahí, nada interesante como verás.
-No será interesante pero si saludable, además es lindo pasar un rato con vos.
-Sí... Bueno, también tiene su pro eso de pasear conmigo -finalicé y subí las escaleras.

Cada paso era un respiro, y cada respiro se volvía del aire. Me mire las manos por última vez antes de girar la perilla de la puerta de mi habitación, esa humilde habitación que me acogía del mundo exterior y sus problemas. Metí mi cuerpo dentro de mi cama y me acurruqué entre las almohadas, todavía tenía algo de sueño. No obstante, mis ojos no se cerraban, por lo que tuve que voltearme a mirar al techo. Tomé mi almohada china y la acomodé debajo de mi busto. Por más extraño que suene siempre me encantó situar esa almohada justo debajo de mi ubre. Mientras observaba el techo le presté atención a una pequeña mancha de humedad que de a poco se iba expandiendo en esa pequeña esquinita superior. El reportero no se equivocaba, esa tarde iba a llover. Y vi la humedad en el pelo de Mayra, antes que a esta pequeña rebelde en la cubierta de mi aposento.
De pronto, y dado por visto que no podía volver a dormir, me levanté de mi lecho hacia el estante en dónde descansaba mi casetera. A su costado había un minúsculo estante en donde reposaban mis casettes de los Beatles. Coloqué el de ''Help!'', y apenas comenzó a andar lo dejé seguir su curso. Pasaron cuatro hermosas canciones hasta que por fin pude percibir mi tema favorito: I’ve Just Seen A Face. Tomé asiento junto a mi escritorio y del primer cajón saqué mi agenda personal (todo lo contrario a un diario íntimo), luego busqué mi pluma y me dispuse a escribir lo que me hacía sentir la canción en ese momento.
Colores. Sol. Cesped. Agua. Alegría. Euforia. Eso era lo que me hacía sentir y ver la canción. Al terminar, después de dos minutos y tres segundos, tendí mi cama al verla tan desalineada. Me acerqué al ropero y de allí tomé lo que iba a vestir esa tarde, teniendo en cuenta que iba a llover: elegí mi pantalón de jean y mi blusa blanca con mangas de tres cuartos de largo, y sin faltar, mis borceguíes –la gente siempre acostumbra a decirme que estaba un poco loca por el hecho de que, aunque sea verano, nunca dejaba de usar mis borceguíes negros.
Mientras me vestía, un ente atrevido decidió ingresar sin antes preguntar. La situación era incómoda; yo con el pantalón a medias y Mariano perturbado.
-Madre mía –dije-. ¿No podías tocar antes, nene?
-Perdón Vicky –escondió su rostro detrás de la vergüenza.
-Mmm, está bien –terminé de abotonar mi pantalón y me guié hacia donde estaban mis borceguíes. Los tomé y me arrimé a Mariano- ¿Para qué viniste? ¿Qué pasa?
-¿Bajas a desayunar?
-No.
-¿Por qué no?
-Porque no quiero, punto.
-No seas así, después te andas mareando y se te baja la presión.
-¿Y qué? –pausé- Desayune o no desayune me mareo igual, no te olvides que tengo talasemia y  por eso la presión se me baja cuando quiere.
-No me interesa… Vas a ir a desayunar.
-Sí, sí, esperar, ya bajo… Sí, sí –expresé de manera sarcástica.
-Dale ma, no seas tonta, te va a hacer bien desayunar.
Reflexioné: me quiere cuidar y por otro lado no me molestará más si le digo que sí.
-Está bien, ya bajo.

Bajé, pero me custodiaba Mariano, y eso me molestaba… No sé qué le sucedía, ¿acaso tenía miedo de que me escapara? En todo caso me tendría que haber echado el ojo cuando desayunáramos.
-Bom dia –saludó Mayra, mientras me acomodaba en la silla justo delante de Tomás, quien bebía café y ojeaba una revista de autos a su izquierda.
-Buongiorno –contesté yo con una sonrisa.
-Si vamos a empezar a saludarnos en distintos idiomas entonces… Good morning! –esbozó Luz.
-Bonne journée –dijo Natalia, luego comenzamos a reírnos, hasta que Florencia dijo.
-Buen día –y avistó su jugo de naranja.
-En fin… ¿Qué van a hacer hoy? –preguntó Tomás.
-Vicky y yo vamos a salir a caminar… -contestó Natalia alegre.
-¿Y los demás? –volvió a preguntar, estaba vez con una tostada en la mano.
-Emm… Flor, Luz, y yo vamos a mirar una película en el living, así que les pido a ustedes dos –señalando a Mariano y a Tomás- que no estorben…
-Quedate tranquila que no vamos a estar, negrita –dijo Mariano, acompañando su gesto con unas palmadas en el hombro de Mayra.
-¿Y a dónde van? –pregunté. Luego miré a Tomás.
-Qué se yo… Por ahí.

Me sentí estúpidamente feliz al notar que el Sol estaba siendo desterrado de mis ojos por la monarquía de las nubes y las pequeñas gotas que se avecinaban de a poco. Ese paisaje gris acaparaba al azul cielo y al punto amarillo, que de apoco, se apagaba.
No me importaba lo que se encontraba enfrente de mí, sino, ver esas olas dibujadas en el firmamento, las cuales me hacían sospechar que el mar no estaba en la Tierra, sino en las profundidades del universo. Y ahí me surgió ese pequeño granito de curiosidad por saber que había detrás de esos nimbos cenicientos. Sabía históricamente que era la ausencia de materia, pero que con
la teoría ondulatoria de la luz  y el vacío se constituyó en algo, que era el ‘’éter’’, al punto que no sólo era algo, sino que llegó a tener un sentido de sólido. No obstante, el péndulo no para, y la teoría cuántica parecía desterrar definitivamente el “sólido éter”. No duró demasiado, ya que, la relatividad había encontrado que el espacio se curvaba, por ende, ya no aceptábamos la posibilidad del ‘’éter’’ ni de que era vacío.
-¿Te gustaría ver que hay en el Universo? –le pregunté a Natalia.
-Bueno… Hay muchos gases esparcidos por las explosiones de las estrellas, hidrógeno, hay estrellas, planetas, nebulosas, rocas volando por cualquier lado, polvo, agujeros negros, galaxias, y muchas cosas de las cuales no tengo idea.
-Sí, es cierto… En parte, porque todavía no se han descubierto.
-Exacto –sonrió, yo también.
Hubo un silencio de sosiego, hasta que yo lo
interrumpí con mi vozarrón.
-Ya van diez cuadras y no llueve del todo, ¿qué hacemos? ¿Vamos a…? –y entonces se desató una tormenta.


Estábamos lejos de casa, podrían separarnos diez ridículas cuadras, pero las mismas eran demasiado largas. Natalia y yo caminábamos debajo de los techados de los negocios, a la vez que yo trataba de tapar algo de mi cuerpo con la campera de cuero sobre mi cabeza. De todas formas no había funcionado, porque a la mañana siguiente ya me dolía la garganta y tenía la fiebre alta.
Alguien había llamado a la puerta. Me levanté rápidamente y me asomé a mi húmedo balcón. Era Harry.

sábado, 29 de octubre de 2011

The Dreamers: Capítulo dieciséis, Modestia, luego pesadumbre.

Capítulo dieciséis: Modestia, luego pesadumbre.


Sonrojada. Sí, mi cara estaba sonrojada, era patético. Me cerqué más a Tomás, tomando con mis manos su mano derecha. Mientras él sonreía le echaba una ojeada a mi actitud de párvulo. ¿Acaso no pensaba en lo simple que se veía eso?, era mi primo, y él siempre me dijo: ''Por más que hagas algo estúpido yo no te voy a dar las espalda, sos mi prima y te amo y te apoyo''. Tomás no era alguien como para que un ser humano llamara <<ídolo>>, pero eran sabias palabras esas para mí, porque yo sabía, que al estar confeccionando todo ese cuadro, él me apoyaba.
Harry se acercaba cada vez un poco más, y lo sabía, pero no lo observaba en lo absoluto, presentía a su figura caminar a un paso apaciguado hacia nosotros, mientras de su mano izquierda colgaba Delfina.
Maldecí en silencio; si lo hacía en voz alta podía llegar a ocurrir algún inconveniente como el de que Tomás me escuchara, y no quería eso. Callé mi mente por unos segundos, volví mi vista al lienzo y atiné mi vista con un hermoso color rojo en los cabellos de las niñas.
Se acercaba, y lo seguía haciendo. Podía sentir su pie izquierdo moverse, luego el derecho, luego el izquierdo, y nuevamente el derecho, y así lo hizo once veces más hasta que, se posó justo delante de mí.
-Hola, chicos -dijo con reverencia Tomás; yo levanté la vista temerosa.
-Hola... Harry -dije.
-Hola Delfina -saludó Tomás- ¡Hazza! -me soltó para darle un saludo de mano, y yo quedé ahí parada con el poco empuje del viento.
-Hola Delfina -esbocé con un oreo desdichado.
-Hola nena -manifestó ella.
Fue todo un sufrimiento, quería cortar esa parte y pasar al momento en que nos debíamos ir a casa, pero, ¿para qué hacerlo, si de todas maneras lo tenía que seguir viendo durante dos meses?, y quizás un poco más, si era que Mayra no entraba como profesora en febrero.
-¿Qué hacían por acá? -preguntó Harry, luego miró a su al rededor- Bueno, para que preguntar si el día es perfecto, ¿no?
-Sí. Además mi prima y yo necesitábamos... un escape.
-¿A qué te referís con un escape?
-¡Dejálos! -articuló Delfina.
Harry rió ligeramente.
-¿Por qué?, vos sabes lo curioso que soy, por ende, quiero saber que traman nuestros vecinos.
Tomás me miro, vio en mis ojos que estaba incómoda, por lo que dijo:
-Teníamos planeado decirle al hombre -señalándolo- que nos haga una caricatura, pero Vicky se siente mal, por lo que tenemos que volver a la casa -lo miró con cara de desencanto y luego agrego- ¿Ustedes no estaban en Pinamar?
-¡Ah, sí! -dijo ella- Quería seguir paseando y le sugerí Valeria del Mar, ¿ustedes vinieron a cenar?
-Si, a almorzar -contesté de manera a corregir su error de tiempo.
-Ah, sí, almorzar, que tonta -río, yo sonreí.
Me aferré a Tomás para dar el efecto a que me sentía verdaderamente mal, contorsionando mis facciones neutralizadas a un semblante lamentable.
-Uh, verdaderamente te sentís mal Vicky -dijo Harry con su aspecto preocupado-. Bueno, los dejamos que se vayan así Victoria se va a recostar -se acercó a mí y mi primo me soltó-. Que te mejores -me abrazó, para luego depositar un beso en mi pómulo siniestro.

Íbamos caminando con moderación, dirigiendo nuestros pies al auto. En ese instante me dieron ganas de volver a revivir el momento pasado, tenía ganas de que mi mejilla vuelva a ser besada por sus rosas labios finos, de grana. Pero no, si yo no me hubiese comportado de esa forma no estaría en este segundo mortificándome por mi mala pauta. ¿Por qué mi primer y <<ocurrente>> reflejo fue reaccionar con aquellos modales?, ni yo lo podía creer. La última vez que había reaccionado así fue a los quince años, cuando el hijo de un cliente de mi padre no dejaba de clavarme la mirada, pero el chico no me gustaba, no va al caso, aunque mi reacción tiene que ver con este momento: me escondía detrás de la puerta. Allá, Harry fue el chico (pero con otras intenciones) y Tomás fue la puerta, y su espalda mi seguro rincón.
-Matame -le dije.
-No, ¿por qué?
-Porque soy una boba -hice un paréntesis-. Matame.
-Te dije que no, ''boba'' -pateó una piedra.
-Entonces le voy a decir a Mayra, ella si me va a matar...
-Como quieras.

Me adelanté unos cuantos pasos y llegué a la camioneta. Me monté en ella una vez mi primo estando cerca de mí. Le dije que lo quería, y él me respondió con lo mismo. Le dije que me perdonara, y él se subió a la camioneta ejerciendo un silenció de paz, pretendiendo que yo era invisible y mi palabra no era válida.
Miré por el espejo retrovisor y lo único que podía ver era esa ciudad alejándose de mí, ¿o yo me alejaba de ella? Sí, me alejaba de ella y... de Harry.
Entre aquel paréntesis, habían pasado largas horas.
-No sigas tan callada, aunque sea retame por no... Haber puesto la ropa sucia en la montaña de ropa sucia del lavadero.
Lo miré con un aire de desconsideración, la verdad que lo que me decía no me tenía preocupada, es más, no me importaba. Yo no era la <<loca>> de la limpieza en la casa, sino Mayra. A ella le debía decir eso, por más que solo lo había dicho para que yo hablara, pero con lo avergonzada que me sentía a causa de mi acto previo, la verdad que no me apetecía hablar.
Dediqué el poco tiempo que nos faltaba para llegar a percibir el cielo raso que se acomodaba sobre el techo de mi furgoneta. Las pinceladas rojas, amarillas y doradas eran un encanto, también se podían ver manchas plateadas acompañando al sol en su descanso más profundo.
De repente la radio se prendió, renegué del susto. Acerqué mi brazo a ella y la apagué. La radio andaba mal desde el día en que partimos de la Capital, pero con mi poca soberbia decidí hacerlo yo misma en vez de un mecánico, hasta que me di cuenta que tenía poca fuera de voluntad para hacer ese trabajo.

Por fin habíamos llegado. Estaba agotada de tanto pensar y estar preocupada en lo que podía llegar a suceder al día siguiente cuando despertara y me encontrara con Harry en la puerta de mi morada.
Fui escaleras arriba y atrás mío me seguía Mayra; o se encaminaba a su cuarto o deseaba saber que hicimos Tomás y yo, y si había disfrutado del paseo. Realmente sí, al paseo lo tomé con mucho regocijo, no obstante, hasta que llegara Harry con Delfina. No quería pensar en eso, por lo que miré a Mayra con una ojeada de complicidad. Ella entró a mi cuarto y a pequeñas palabras le fui contando de mi aventura.
-Lo arruiné, May.
-No digas así, gorda. Te hace mal a vos que sos una persona extremadamente sensible, o sea, ¿no podés pensar en otra cosa?
-¡Qué fácil es decirlo ahora!, ¿por qué no lo pensé en ese momento? –dije sarcástica. Me tire de lleno en la cama y hundí mi cabeza en la almohada- ¡Mierda! -grité, pero mi grito fue en vano, ya que, la almohada al obstruir mi voz hacía a esta que se escuchara en un tono demasiado ligero.
-¿Perdón? -interrogó Mayra con sosiego.
Saqué mi cara de la amolda y contesté.
-Dije: ''¡Mierda!'' -y volví a zambullir mi cara dentro de la almohada albina.

The Dreamers; Capítulo quince, Las dos Ostras.

Capítulo quince: Las dos Ostras.


- ¡No! ¡No! - Le dije gritando una negación a Tomás.
-¡No grites!
-No gritaba - Me incorporé en el asiento del auto, enfurecida. Afuera retumbaban los bocinazos congestionados de las bocinas sin tono de voz, luego de ser usadas por más de quince años.
-¿Entonces? - Continuó.
-Ella se proporciona un mundo feliz en donde todo tiene que ser en base a la gracia de Dios. Al todo poderoso. La detesto. No puedo ser feliz con estas cosas, siempre tiene algo para decir - Camine lentamente al lado de mi primo, mientras el enroscaba su brazo con el mío.
-Tenes razón. Bah, o al menos eso es lo que me imagino. Luz a mí nunca me dijo nada de eso, o me tiro abajo con algún comentario, es más, ella me ha dado consejos que dejaron que pensar...
-Eso es lo que me gusta de Luz pero, cuando se pone como una estúpida es irritante, y me agobia.
-¿Qué fue exactamente lo que te dijo? - Al pasar, una muchacha rubia de ojos avellanas y piernas largas, se cruzó por enfrente de Tomás y este la miro de pies a cabeza. Ella le sostuvo la mirada hasta que ambos desaparecieron en el camino del otro.
-Después de contarles a ustedes que me gustaba Harry, ella fue hasta mi habitación y me dijo que yo a él no le intereso. Cuestión, me desilusionó, ya que vos sabrás que lo hago con facilidad. Y fue tan feo lo que me dijo después que ya no quiero intentar nada con Harry, o acercame a él Harry, o acerca de algo que se trate de él.
-¡¿Qué te dijo?! - Dijo impaciente.
- ¡No grites! - Tomé aire- Me dijo que la verdad dolía.
-¿Eso te dijo? - Pausó- Nunca en mi vida, te lo voy a decir en serio, esperaría ese tipo de reacción de Luz en cuanto a la felicidad del prójimo, porque, si tanto ama a Dios y es devota de él y hace todo para complacerlo y no cometer pecados, decirte lo que te dijo estuvo terrible. ¿Cómo puede un ser humano decirle semejante cosa, horrible además, a una persona insegura, hablando amorosamente?
-Es cierto lo que me decís Tomás... ¿Cómo pudo? - Me separé de él.
-No me sueltes - Exclamó.
-Me transpira el brazo - Le dije.
-Está bien…
-Uh, mira eso… - Especulé.
-¿Qué? ¿Qué pasa? – Preguntó totalmente desconcertado.
-Ahí hay un tenedor libre y al lado un puestito de Caricaturistas, pero traje plata para el almuerzo, es una pena, tenía tantas ganas de que nos hagan una caricatura… - Reí risueña.
-Y después de unos años verla y morirnos de la risa, ¡que picardía que no trajiste tanto dinero! – Exclamó. 

Presentí un aire bulón en su hablar.
-¿Qué me estás queriendo decir?
-¡Somos dos! Vos y yo. ¡Dos! – Repitió- ¿Te pensas que iba a dejar que vos sola pagues? ¡Ni loco!

Nos encaminamos al restaurante. Al entrar vi que era simple, muy sencillito, poca luz, ya que había un sol enceguecedor, abundancia de plantas en los rincones y en frente mío, a cinco mesas de distancia, podía ver una biblioteca, no era la gran cosa, era pequeña y estaba llena de libros acerca de la marina. Como todo restaurante de tipo costanera, justo arriba del umbral de la puerta como muérdago en Navidad, se hallaba un pez espada azul, sus ojos negros y brillantes, estaba petrificado y colocado en una tabla de madera como base, que pronunciaba y copiaba la forma del mismo. Nunca vi cosa más horrorosa en mi vida que un animal usado como adorno, donde fuera que sea ese lugar. Lo deje de lado y tome de la mano a Tomás. Nos dirigí a una mesa cerca de la ventana, tomamos asiento y vino un mozo, muy educado, y dijo:
-Hola, buenos días.
-Buenos días – Saludamos al unísonos.
-Díganme, ¿qué van a pedir?
-Emm… Yo quiero una Ensalada Rusa, para empezar.
-¡Ah bueno! Eso que me dijiste que no ibas a pedir mucho - Comentó Tomás.
El mozo río junto con él y yo me ruboricé de la vergüenza.
-Bueno, basta – Reí mientras le decía a mi primo.
-Que no se enoje la novia – Comentó sonriendo el garçon.
Tomás y yo nos miramos, en nuestros rostros se podía ver esas ganas de querernos reír a puras carcajadas.
-Disculpe, pero somos primos.
-Oh, perdón… Es que parecen una pareja por cómo se tratan.
-Desde chiquitos que somos tan unidos.
-Si – Finalicé.
-Bueno, y no pregunté al señor, ¿qué va a pedir?
-Lo mismo que ella, para empezar.



Treinta minutos después.


-Me llené.
-¿Y cómo no?, con todo lo que comiste es suficiente como para una elefante, ¡sos una bestia!
-Já, y vos suerte que dijiste que era para empezar la Ensalada Rusa y fue lo único que comiste.
-Y, digamos que, por ver todo lo que vos digeriste… ¡Mamita querida!, me dio asco después – Dije con estupor.
-¡Bueno, bueno, che! – Reí- ¿Queres ir yendo a que nos caricaturen?
-¡Dale!


Pagamos la cuenta, salimos y dimos la vuelta y, ¡ahí estaba! El dibujante seguía allí, alegre, con su ente en alto dibujando a dos hermosas gemelas con risos del color de un rubí, ojos como unos zafiros y los costados de sus morros repletos de pequeñas pecas. A un lado de ellas estaban sus padres, mirando orgullosos a sus divinidades más preciadas. Sus dos pequeñas Musas.
Tomás y yo nos acercamos cautelosos y avistamos la mano dibujante del hombre, ¡toda una obra de arte! Si bien era una caricatura, y eso significa exagerar los rasgos, era todo bastante parecido. Esperamos a que finalizara; Tomás se quedó haciéndole compañía y yo me aleje un par de metros, cerca de los barco costeros. La brisa estaba fresca y la verdad que necesitaba de una brisa fresca luego de a ver pasado tres días en aquel lugar con tanto calor golpeando a mi cabeza. Volteé, y al mirar bien al horizonte y detrás de todo ese gentío, divisé la figura andante de Harry. Y como era de esperar estaba con Delfina. Lo que me pareció decepcionante fue que él, el hombre de pura sinceridad, me había mentido, ¿no iba a estar en Valeria del Mar, tratando de reconciliar su relación y terminar en buenos tratos con Delfina? O, simplemente cambió de opinión quizá. ¿Y si fue causalidad?, nunca me quise hacer ilusiones falsas. Pero, ¿podría ser que el destino hubiera querido en ese momento que nos encontremos como ya pasó tantas veces?

Me escondí detrás de mi pelo al aprovechar ese viento que lo hizo flotar tan ligeramente ante mi rostro, excusa para que no me viera caminar a pasos ligeros hacia donde se encontraban mi primo y el dibujante.

jueves, 27 de octubre de 2011

The Dreamers: Capítulo catorce, Debe ser amor.

Capítulo catorce: Debe ser amor.


Era maravilloso oír el ruido que el motor de mi camioneta hacía cuando yo la provocaba al acelerar en un mismo lugar. Me proyectaba hermosas imágenes de cuando yo era simplemente una niña encerrada entre el aroma de la nafta, a la goma vieja de las ruedas, y en muy pocas ocasiones el olor a las nubes salientes de los mismísimos autos, y el aceite de motor también. O las furgonetas, el ruido de las herramientas al caer y el perpetuamente sudor y cansancio de mi padre al arreglar alguna tuerca o ruleman zafado y avistar el taller entero antes de cerrar.
No era una total fantasía de cuentos de hadas de una niña de mi edad para entonces, no obstante, estaba feliz.
-¡Vicky! -gritó Tomás fuera del auto, justo detrás de él.
Acomodé mi brazo izquierdo en la ventanilla del conductor y volteé mi cabeza en unos 45 grados hasta divisar la masculina pero pequeña figura de mi primo.
-¿Qué?
-¿No te diste cuenta de que estaba atrás del auto cuando aceleraste? ¿Y qué me llenaste de arena y de ese olor mata pulmones? -preguntó sin dejar siquiera un resquicio para su infaltable respiro.
-No. La verdad que no, perdón -contesté.
Me incorporé de la ventanilla y tome el manubrio entre mis manos. Me gustaba hacerlo, aunque el auto este o no andando. Me hacía sentir que estaba en otro mundo o que volaba, porque cuando estaba arriba de algún automóvil no sentía que era yo, sino mi padre. Es raro, era raro, pero siempre sentí ser él al estar frente de la adrenalina pura para llevarme a lo recóndito de lo peligroso. Podía ser extremo y no subjetivo, solo me gustaba; lo amaba, o mejor dicho, lo amo. Es algo inherente a mi o a mi forma de ser.
Tomás entró, sin mirarme, y se sentó en la butaca del copiloto.
-Me gustaría que paseáramos -dijo.
-¿Y si vamos a almorzar, solo nosotros dos? ¿Qué te parece a Pinamar? -cuestioné, mientras colocaba mis manos en mi regazo esperando su respuesta.
-¡Me parece perfecto!, sería una salida de ''familia'' -señalo con comillas.
-¿Cómo de, ''familia''? -lo imité.
-Claro. Somos dos, no estamos todos juntos...
-Tenés razón -pause- De todas formas para mí, aunque solo seamos vos y yo -apunte con mi dedo índice a su pecho- somos una familia.
-Te quiero -exclamó.
-Y yo a vos - me acerque a él para cortar la poca distancia y lo abracé.


Se sentía lindo abrazar a alguien a quien verdaderamente uno quiere con toda la fuerza del cuerpo y el alma. Debe ser amor lo que a uno lo fortalece.

Para mí el amor siempre fue a mis hermanos y primos, nunca me incliné hacía el dichoso y adorable lado de llamarlo ''enamoramiento'', en mi vida nunca pude sentir eso porque nunca se presentó aquella persona para satisfacer ese sentimiento oculto que llevo en lo más profundo de mi ente, y es triste de decirlo de esta manera aunque así sea.
Al entrar por la puerta del frente no pude atisbar a ninguno de mis amigos. Seguí las grietas de entre las maderas del suelo hasta llegar a la larga escalera. Subí por ella y me encaminé a mi habitación, justo junto a la de Mayra; justo junto al mar.
Cambié mis harapos. Luego me dirigí a mi escritorio, tomé papel y una birome y empecé a escribir una nota para los presentes en esa casona.

''May, Nati, Luz, Flor y Marian:
Les quería decir que con Tomi nos fuimos a almorzar a Pinamar. No voy a decir lo de: ''cualquier cosa que necesiten me avisan'' porque, como dije, no vamos a estar, y por esa razón acá les deje algo de dinero, por si acaso.
No hagan lio.
Victoria y Tomás.''

La deje descansar en el diván del comedor y en cuento pude me retiré de allí.
Estando en el patio trasero pude ver a Tomás dentro de la camioneta mirando un punto fijo. Acercándome lentamente a él, tome un cigarrillo del bolsillo delantero de mi pantalón y lo encendí con un fósforo que había sacado de la pequeña caja. Hacía mucho tiempo que no fumaba, exactamente cinco años. A decir verdad a los quince años yo comencé a fumar, mi madre sabía que yo quería y ella nunca me privó de hacerlo, aunque a medida que iba fumando un cigarrillo pensaba en mi salud, por lo que lo dejé y después de aproximadamente ocho o nueve años volví a ese maldito hábito, me volvió a suceder lo mismo y nuevamente lo dejé.
No sabía que me había pasado pero tenía ansias de fumar; estaba feliz, nerviosa, contenta y alegre.
Mis buenas emociones se debían a Tomás, y la que quizás o tal vez, podía colocarme en una situación incómoda se debía a Harry y todas mis dudas, por más que eso parezca un caso cerrado. Lo quería mucho (básicamente) pero, probablemente, sin yo poder saberlo, en algún instante del tramo que iba a llevar en esta playa me dijera lo contrario, que no me apoyara y me terminara enamorando.
-No seas mala con tu propia vida y haceme el favor de apagar ese... pitillo -ordenó con un dulce tono.
-Está bien -pite una vez más y lo aplaste contra el pequeño y plastificado cenicero que venía incluido en el torpedo de mi camioneta.
-Eso me gusta más -pauso, pero me dio indicios de que algo más quería agregar-. Quiero que hablemos, pero antes hace arrancar la camioneta.
-Me parece perfecto.
Recliné mi cuerpo hacia atrás, mirando por esa reducida ventana trasera sucia, estando así yo podía dar marcha atrás y salir de entre las palmeras y el escaso pastizal.

Mientras conducía, Tomás, quien tomaba mate sin estancarse sin duda alguna, me hablaba de Harry.
Me impresioné al notar que él lo conocía tan bien, tan a fondo, se podría decir que se hicieron muy buenos amigos en la parrillada de la noche anterior. Y yo solo sabía escucharlo sin sonreír, tan circunspecta mirando al frente pero tan llena de alegría por dentro. 


sábado, 22 de octubre de 2011

The Dreamer: Capítulo trece, Sí.

Capítulo trece: Sí.


Estaba muy tranquila entre las apresuradas y feroces olas, cuyo hervor se enterraba entre mis muslos y los pequeños granos de arena masajeaban mi piel, entre tanto, hundí mi cabeza en las aguas saldas y sin abrir los ojos me impulse hacia adelante chocando con la siguiente ola.
Toqué la superficie con mis pies y di un pequeño salto hacia arriba. Tiré mi cabeza hacia atrás, mirando al sol. Luego tomé mi pelo entre mis manos y lo acaricie, llevándolo hacia atrás.
Al salir caminando no pude evitar sentir ese frío intenso. La brisa provocada por las fuerzas de las olas habían erizado mis pelos. Llevé mis manos de una manera para poder cruzar mis brazos, tapando la piel de ambos, de esa manera el frío cesaba.
Abrí la puerta de la casa. Entré. Miré la vacía cocina y sin darme cuenta, sentí una presencia cerca de mí. Mi curiosidad no se perfilaba en mi rostro en aquel momento, estaba segura de que era alguno de mis amigos. Giré en torno a esa persona y mis ojos pequeños llenos de sal se abrieron de la estupefacción.
Lo mire con estupor.
-Ay, hola, pensé que no había nadie rondando por acá.
-Yo pensé lo mismo -logré decir.
-¿Por...? Ya entiendo... -río mirando al suelo- Perdón, ayer tu primo me prestó una de sus remeras y me dijo que se la dejara hoy a la mañana, y que si nadie atendía que entrara por atrás que no iba a ver ningún problema -pauso-. Pero veo que sí.
-No... No te preocupes, está todo bien -reí-. ¿Te queres quedar a tomar algo?
-Me encantaría... -dijo oponiéndose-. Pero no puedo. Delfina quiere que la lleve hasta Valeria del Mar a almorzar.
-¿Hasta Valeria? Que chica más refinada -bromeé.
-No es muy refinada aunque bueno, si quiero que la relación marche bien voy a tener que cooperar con lo que ella me pida.
-Tampoco tenés que ser su esclavo para que todo vaya bien, Harry –opiné.
-Está bien lo que me decís pero... ¿Yo qué sé? -dijo cabizbajo.
-Sí que sabes. No te hagas el tonto y mirame a la cara -levantó la vista-. Escucháme -tomé aire-. Si queres que la relación marche bien busca cosas que los dos tengan que cambiar, no hacer lo que ella te pida, por más que para vos este bien. No tengo ningún tipo de problema con Delfina pero, Harry, mirate, estás todo el tiempo atrás de ella mientras ves que anda coqueteando con otros hombres, y lo peor es que lo hace frente a tus narices. Yo que vos le hablo muy seriamente -pausé-. En una relación las cosas se hacen de a dos, ¿si no de qué sirve el significado de pareja?
-¿En dónde estuviste todo este tiempo, eh? -se acercó a mí- Contestame.... -tomó aire; yo no entendía-. ¿En dónde? Si te hubiese conocido antes por ahí estos... concejos los tomaba y no me pasarían estas cosas o, definitivamente si solo te conocía y listo.
-Es el destino, Harry. Capas que me puso ahora delante tuyo para.... sanar o para advertir, no sé... -reí-. Mira, no sé ni lo que digo.
-Sí sabes -se quedó en la misma posición, observándome-. Bueno, me voy -acabó por acortar esa poca distancia que nos separaba y beso mi mejilla.
-Nos vemos -dije.

Subí a mi cuarto. Abrí la puerta del baño y preparé la ducha. Me desvestí con rapidez y me arrojé sin pensarlo bajo la tibia agua de la ducha. Tomé el jabón y una esponja, lentamente pase el jabón por la esponja mientras que con la mano que sostenía a la misma provocaba una capa suave de espuma blanca. Podía sentir el perfume a jazmines. Deslicé la esponja por mis brazos, por mis piernas, mis hombros, mi torso, mis caderas, mi cintura y mi pecho. Después tomé la crema para el cabello y la coloqué, muy suavemente por las puntas de mi cabello hasta llevarla arriba y crear burbujas por doquier. Me enjuagué por completo. Cerré las perillas. Tomé una toalla y comencé a secarme.
Al ingresar a mí cuarto y comenzar a elegir mis atuendos, pensaba muy atentamente a las palabras que Harry me había dicho: <<¿En dónde estuviste todo este tiempo, eh?>>
Esa pregunta no dejaba de hacer eco, de resonar una y otra vez dentro de mis pensamientos. Nunca me gustó dejar que las ilusiones me ganaran. Por eso prefería fingir y hacer de cuenta que las cosas nunca me habían sucedido. Me gustaba más eso a que, de alguna manera, sufrir por un amor, o un hombre, que no me correspondiera.


Muy despejada de todo bajé las escaleras y sin aviso a nadie tuve la disparatada idea de cocinar omelette para el almuerzo. Tomé siete huevos, jamón y queso cremoso. Busqué el encendedor negro que me había obsequiado Tomás antes de viajar a Cariló. 
Lo había encontrado justo arriba del modular de la entrada. Llevé mis pies descalzos a la cocina, giré hacía el lado contrarío la perilla del gas, luego me ubiqué en frente del horno y apreté su ultimo botón. Con el encendedor en la mano, encendí la mecha, y colocándolo cerca de la pequeña hornalla cree en su borde una pequeña llamarada azul. Allí iba a dejar descansar la sartén con el aceite. Hice eso mismo. Esperé a que el aceite se calientara, llegando a su punto y lentamente, con un cucharón, iba llenando la sartén de la maza que había hecho con los huevos e ingredientes para darle sabor.
  
Al terminar con todo decoré la mesa. Me había llevado exactamente unos 50 minutos de reloj.
Subí las escaleras por segunda vez y llamé a los demás. Florencia y Natalia enseguida bajaron al comedor, en cambio Luz se tomó su tiempo entre ir al baño y cambiarse de ropa. Tomás bajó en calzones y Mariano con las pantuflas blancas con un hermoso diseño florado, en realidad eran de Mayra. Por ultimo desperté a Mayra con mucho cuidado, a ella no le gustaba que la despertasen a los gritos apurados o con ruidos extraños.
Cuando estuvimos todos juntos en el comedor solo charlábamos y no dejábamos de reír por cualquier incoherencia.
-¿Vino Harry? -preguntó Tomás.
-Emm... Sí, vino -reí tímidamente.
-Eh, eh, ¿y esa risita? -interrumpió Natalia.
-¿Cuál? ¿Esta? -reí con mucha potencia.
-No te hagas la tonta que nos dimos cuenta -dijo Mariano.
-¿Te gusta Harry? -peguntó Natalia.
Yo tarde en contestar.
-No -mentí.
-¡Como se miente! -gritaron Florencia y Luz.
-A que sí te gusta y no nos queres decir -comentó Luz.
Mayra, en todo ese lapso de preguntas y exclamaciones y esa maldita presión, no despego su vista de mí y yo de ella.
-No me podés mentir a mí que soy tu primo... -exclamó Tomás.
-¿Saben qué? -dije ya rendida- Me tienen harta, y como me tienen harta les voy a decir que sí... ¡Sí, me gusta! ¿Y qué? ¿Algún problema?
De repente todos se levantaron de sus asientos y con unas sonrisas en sus rostros, se acercaron a mí y yo sin poder hacer nada al respecto comenzaron a hacerme cosquillas. Eso me dolía. No tengo cosquillas.
-¡Basta, me duele! -grité.
Se alejaron cinco, y uno quedó al lado mío; Tomás.
-Ahora vas a ver vos...

The Dreamer: Capítulo doce, Qué bonita que sos.

Capítulo doce: Qué bonita que sos.


Íbamos caminando a pasa lento, cada uno mirando por distintos lados. Yo, por ejemplo iba observando la arena que de apoco se convertía en asfalto, algunos pequeños puentes de madera y luego otra vez arena, y asfalto y arena y así sucesivamente. Mis pies pateaban la arena, esta salpicaba y se depositaba en el hoyo del pequeño dobladillo de mi pantalón; sonreía, hasta que él me esbozo una pregunta:
-¿No tomas?
-No, no mucho. Me hace mal -lo miré y agregué-. Me mareo y dos segundos después me duele el estómago pero, nunca vomité, así que tanto no me provoca. Además de que me da un poco de asco. Ni siquiera vino puedo tomar, aunque te digo algo: me encanta abrir con el saca corcho todas las botellas de vino, especialmente el vino tinto -volteé al frente y crucé mis brazos por abajo de mi busto.
-Ah, mira vos. Yo tomo de vez en cuando -sonrió, lo pude sentir-. ¿Te puedo hacer una pregunta?, y si te molesta no contestes.
-Bueno, dale, haceme una pregunta -coloqué mis manos en los bolsillos del pantalón mientras que agudizaba mi oído.
-¿Tenés novio?, o, ¿estás en pareja con alguien?
Mis mejillas se tiñeron de un rojo vivo, mientras que una sonrisa pícara se dibujó de manera sorpresiva en mi rostro.
-No, no estoy de novia con nadie. Detesto esas cosas, no son para mí -contesté con el más tranquilo aire.
-Ah, porque yo pensé que vos y Tomás eran algo más que amigos, bah, eso deduje -tomó aire-. Creí que lo de ''primos'' era una forma que ustedes tenían para relacionarse amorosamente.
-¡No! -carcajeé- ¡Estás loco, Harry! Tomi y yo verdaderamente somos primos... -lo observé mientras él miraba el horizonte, y yo no dejaba de reír- Che, me parece que ese es el supermercado, ¿no?
-Sí, es ese -bajo la vereda, se paró en frente mío y estirando su mano dijo-. Vení, vamos -correspondí a su gesto amigablemente, cruzamos la calle y nos adentramos al supermercado.

Decidimos separarnos para encontrar a los demás. Él se fue por pasillo cinco y yo por el dos. Al ir por el dos me topé con toda una fila de jugos en polvo para hacer, divisé el de naranja y lo tomé. Al girar vi a Mayra pasar por entre los pasillos, la seguí y la asuste.
-¡Pero la...! -se dio vuelta y me vio tentada de la risa- ¡Qué haces?!
-Te asusté, ¿no diste cuenta? -le contesté.
-¡Ay, pero que...! –decía mientras que me pegaba con un paquete de algodón que había tomado de uno de los estantes a su costado, a la vez que unos melódicos sonidos de diversión se despilfarraban por sus labios; reía.
-¡Basta! ¡Dejá de pegarme! - le grité al mismo tiempo que levantaba mi brazo izquierdo para proteger mi rostro.
-¡Chicas! -dijo Harry- ¡Ey, ey, ey! ¡Déjen de pelear! -me tomó a mí por la cintura y me alejó de Mayra.
-No te tenías que meter Harry, ¿no ves que lo estaba disfrutando? Tenía que llenarla de algodón, sos un corta mambo vos, ¿eh? -sonreímos todos y yo me solté rápidamente de Harry.
A lo lejos veía a Tomás y a Natalia. Caminé hasta ellos y le di un beso en la mejilla a Tomás. Hacía mucho que no le tendía una muestra de afecto a él.
-¿Y eso por qué?
-Sos un sonso -me quejé-. Una vez que te doy un beso te quejas, al contrario, te tendría que poner contento, soncito.
-¡Ya sé! Pero como vos no sos de dar ni besos ni abrazos se me hizo raro...
-Está bien, está bien, mi ''rareza'' te salvó de que te diga algo -metí el jugo en el canasto y volví con Harry.
Posé mis manos en sus hombros, él me miro seriamente y yo alejé mis manos de sus hombros.
-Qué bonita que sos, Victoria. ¡Qué bonita! -se acercó a mí y beso mi mejilla.
Yo no supe como reaccionar, ni que decir, era la primera vez que un hombre como él se acercaba a mí para decirme tan dulces palabras como las que Harry me había dicho. Ese único propósito hizo que me estremeciera al pensar en aquello.
-Gracias -dije.
-En serio, qué bonita que sos, Vicky -acarició mi pelo y se dirigió al grupo de personas con la que compartiríamos un rico asado.

A la mañana del día siguiente me levanté cansada, era la única que estaba de pie a esa hora de la mañana. Si bien los chicos hicieron una guerra de cervezas, mientras que las mujeres solo sabíamos reír por sus estupideces, eso daba por aludido a una noche que provocaría resaca. Mayra y Florencia terminaron recostadas en la arena diciendo incoherencias, reían fuertemente y cantaban tristes canciones a la orilla del mar, con la luna iluminando sus rojos ojos y sacudiendo las olas. Luz, Natalia y Delfina hablaban de diversas cosas, desde el orden en una casa hasta de política, una cosa verdaderamente de poca importancia para mí.
Puse el pie derecho en las frías tablas de madera del suelo de mi cuarto y luego el izquierdo. Me cambié de vestuario y bajé las escaleras para desayunar. No fue mucho lo que comí; pan con miel y una taza de leche.
Salí a la playa a sentarme en la arena y mirar al mar, en ese momento era en lo único que quería pensar: en el mar.
Me levanté perezosamente caminando hacia la orilla cual, solo deseaba que el agua me cubriera las caderas y poder jugar con la espuma que sea creaba al chocar las olas fuertemente contra mi cuerpo.