martes, 18 de octubre de 2011

The Dreamers: Capítulo cinco, Otro choque repentino.

Capítulo cinco: Otro choque repentino.


El sol se posaba por a través de mi hombro, mis ojos aún cerrados y pequeños, y el salado aroma del mar me contemplaba.
Bastaba con decir que era una fresca mañana. El mar proyectaba imágenes, fantásticas imágenes. El Sol estaba en su alto punto, dándole luz a cada rincón penumbroso. Unos pasos provocaron la interrupción a mi preciso estudio de aquella hermosa naturaleza.
-Buenas y Santas, Nati -saludé con entusiasmo.
Ella me miro y no hizo más que eso. Camino apretando su mandíbula, sus pies bien pegados al suelo y sus manos en un vaivén muy apresurado. Aventó la cobija de mi cama y se metió de un saque en ella; yo me la quede mirando confundida.
-Ey, ¿qué pasa? -coloqué mi mano en uno de sus hombros.
-¿Sabes qué pasa? -pauso- Me siento como si se me hubiese caído un piano encima, Vicky.
-¿No tomaste nada?
-¿Tomar qué? -descubrió sus ojos y me miró afligida.
-No sé... Una Buscapina, jarabe, algo que te pare el dolor de estómago... ¿No probaste con un Ibu 400? -me levante de la cama, e incliné mi cuerpo de manera a dirigirme al toilette- Yo tengo en el baño, ¿aguardas un segundito? -me fui y no espere su respuesta.
Entre al baño y me mire al espejo. <<Ah que lindo, ¡mi pelo es un desastre!>> Pensé.
Deje de lado mi revoltoso cabello y abrí el espejo. Dentro de él había un cepillo de dientes, pasta dental, muchos peines, hebillas para el pelo, desodorantes, perfumes, un lápiz negro para delinear los ojos, un labial carmesí, rímel, esmalte de uñas y al costado un pequeño bolso negro. Lo abrí y allí dentro se podían ver toda clase de remedios. En el lavabo había un vaso de vidrio; abrí la canilla y lo llene de agua.

Con el Ibu 400 en mi mano derecha y el vaso con agua en mi mano izquierda, caminé campante hacia la cama. Deje todo en la mesa de noche y Natalia se sentó para poder tomar el medicamento, de esa manera no se ahogaría con la pequeña pastilla, o con el agua.
-¿Mejor? -pregunté.
-Algo -contestó-. ¿No molesto si me quedo en tu pieza, no?
-No, todo bien Nati... -camine hacia la puerta del baño- Che, me voy a ir a dar un baño y después a ir a comprar al centro, ¿me vas a querer acompañar después?
-Dale -ella sonrió y yo entré por fin.



11:05 de la mañana.




No hacía tanto calor, pero al vivir a unos pocos metros del mar el calor no se sentía tan fuerte como de costumbre. Salimos con Natalia; ella llevaba puesto una blusa blanca con mostacillas de madera al rededor del cuello, el pelo recogido en media cola y un pantalón de jean muy corto y en sus pies unas sandalias hindúes de madera con un grabado en arabesco. Yo, en cambio, llevaba puesto una camisa blanca, debajo de ella una sudadera del mismo color, y un pantalón de jean largo hasta por arriba de mis rodillas con un pequeño dobladillo. Iba descalza, no me gustaba caminar por la arena con zapatillas, sandalias o algo por el estilo, pero si llevaba mis alpargatas albas españolas en mano. Mi pelo estaba suelto, largo hasta la cintura, tan oscuro como la arena húmeda o más que eso, esa arena la cual el sol no llegaba a quemar con sus infinitos rayos.
Nuestra travesía por entre las plantas y las miles de variedades de florecillas fue divertida. Me tropecé más de una vez, pero lo tomaba con mucha calma y gracia, Natalia igual.

Cuando pisamos el asfalto era la hora de que mis alpargatas sufrieran el calor de la tierra y el peso de mi cansado cuerpo. Vimos un puesto de verduras y frutas; compramos muchas manzanas, bananas, uvas, peras, tomate y naranjas. También lechuga, brócoli y zanahoria. Esta vez comeríamos sano y algo hecho por la mismísima Mayra; algo como para que Natalia no se echara adolorida en la cama luego de probar el almuerzo.
Cada vez que íbamos avanzando encontrábamos al centro forrado de palmeras, más arena y como es de costumbre, mucha gente. Mi estatura no era de gran ayuda, y, fue por esa razón la cual hizo que atropellara a alguien. Al alzar mi cabeza su rostro se me hizo familiar. ¿Quien más podría ser que el adorable muchacho de ojos tristes? Harry.
-Hola -él sonreía.
-Hola, ¿qué tal? -pregunté, mientras que con la mirada escrudiñaba a Natalia.
-Todo bien... -noto mi expresión-. ¿A quién buscas?
-No importa -sonreí-. Bueno... ¿Nos vemos más tarde?
-Sí, seguro –tomó aire-. Chau -me dio un beso en la mejilla pero yo no correspondí a aquel beso.
-Hasta luego -dije después de unos segundos.

Mis pies pisaban ligeros, y me preguntaba por qué repentinamente decidí decirle que más tarde lo vería. Era algo absurdo, pero lo dije. ¿Estaría nerviosa gracias a su presencia? Además, él no tenía por qué darme un beso en la mejilla, ¿o sí? Me estaba haciendo una ensalada de preguntas que preferí dejar de lado y seguir buscando a Natalia, a quien segundos después hallé hablando con un pescador.
-¿Qué vas a comprar?
-Pescado -contestó y sonrío.
-Que graciosa -reí-. Ya sé que vas a comprar pescado, ¿pero cuál?
-Merluza, tengo unas ganas de comer Merluza desde el día en que llegamos a la costa.
-¿Desde ayer? -asintió con la cabeza- Ah, mira vos que interesante -reí.
-¿Y vos en donde estabas que tardaste tanto?
-Ah -suspiré nerviosa-. Me choqué con un chico, bah, más que chico es un vecino nuestro, se llama Harry... Es la segunda vez que me tropiezo con él -Natalia me miro muy desorientada-. Ah claro, vos estabas dormida -sonreí mordiendo mi labio inferior-. Anoche con Mayra estábamos caminando pero en realidad caminábamos porque habíamos visto a este muchacho, Harry, y queríamos saber qué tal... Así que bueno, mientras íbamos caminando Mayra y yo discutíamos y cuando volví, corriendo desenfrenada y desquiciadamente, me choqué con él y me raspe la rodilla -la señale.
-Ay qué bonito, te hiciste porquería la rodilla con la arena, ¿no? -preguntó.
-Exactamente señorita...
-¿Y qué tal?
-¿Qué?
-El chico... -tratando de recordar su nombre- Harry. ¿Es lindo? ¿Tiene novia? ¿Qué más?
-Sí, no, en realidad no sé... Es lindo la verdad, pero no hay ninguna especie de comunicación más que aquella, ¿por? Además tiene novia y no se fijaría en alguien como yo ni aunque le den mil pesos -observé al pescador: un hombre gordo, alto y pelado. Él parecía estar oyendo la situación mientras pesaba la Merluza en la balanza.
-No digas eso, boba -Natalia me dio un golpe en el hombro, tomó el pescado, lo pagó y nos fuimos.

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