sábado, 22 de octubre de 2011

The Dreamers: Capítulo once, No llueve.

Capítulo once: No llueve.


Sus dedos se deslizaban armoniosamente por cada una de las seis cuerdas. Era paz y calma, solo su voz se oía como la miel al endulzar cada milímetro de un buen pan casero, con ese cálido humo que le sale dando quietud al ambiente.
-Eso no es sano para mí, vas a hacer que enferme -comenté luego de que ella terminara de cantar.
-Ay, gracias Mavi, te amo gordita -me abrazo, yo solo me quede quieta con mis manos tomadas entre su pecho-. ¡Pero abrazame! -gritó, acompañando con una palmada a mi espalda.
La abracé.
-La verdad que... Que cantas muy bien, en serio May -la felicitó Harry haciéndole caricias a su brazo.
-Gracias Harry, en serio, estos comentarios me ayudan a ver, a saber si tengo que mejorar o no en... Bah, con el tema de mi voz -comentó confiada.
-Bueno, te digo que estás muy encaminada... -logré escuchar antes de que me alejara.

Iba caminando campantemente mientras veía el complicado y sensual caminar que Delfina le brindaba a la vista de mis amigos. Pensé que eso era exagerar, pero la cara de pervertido serial que Mariano poseía en aquel momento era peor que verla a ella moviendo sus cadera provocativamente mientras sus piernas hacían un vaivén de pasos largos y decididos.
-Tomi - llamé- Tomi -volví a decir al darme cuenta de que no había escuchado- ¡Tomi! - volví a decir estando más cerca de él.
-Ay, perdón, ¿qué pasa?
-Nada, solo te llamaba para molestarte... -lo miré pícaramente.
-Dale picarona, decime -dijo mientras sus dedo índice hacía contacto con mi medianamente respingada y blanca nariz.
-¿Cuánto falta para el asado? Te voy diciendo que no voy a comer carne por mis problemillas, y ya sabes cuales son.
-Está bien, entonces me encargo de abrirte unas... dos latas de atún y... -tastabilló-. También de encargarme de que comas al menos las papas, las batatas y un pedazo de calabaza porque no podes no comer nada... Y como tu primo, por más menor que sea, te cuido.
-Está bien que me cuides tonto porque como prima, que conste que soy mayor, te cuido desde mi primer año de edad...
-Querrás decir, mi primer año de edad -dijo alzando la voz.
-Callate, no grites -reímos-. No, mi primer año de edad sonso, si por un año y unos meses soy más grande que vos... Tranquilamente podríamos volver a decir que somos hermanos mellizos y que la gente se descontrole por saber que somos dos angelitos adorables, ¿no?
-¡¿Cómo te acordas de eso?! ¡Pasaron muchos años! -carcajeo.
-Ah, ¿viste? Tengo muy buena memoria Tomi... -le di un golpe muy ligero a su mejilla y me fui.

Salí al patio trasero y me encontré con Mariano, él era el encargado de hacer el asado. En mi mente pensaba que eso era injusticia, él solo no debía estar haciendo eso, y mucho menos con todas esas carnes y especias arriba de la tabla de madera junto a la parrilla. El olor a carne quemada no era de mi agrado; me hacían acordar a cuando mi padre hacía asados todos los sábados a la noche, con vinos, bebidas alcohólicas (en esos casos cerveza), mucho pan casero que mi mamá hacía, una ronda infinita de amigos entre los pequeños espacios que los autos dejaban libres al cruzar de una vereda a otra, familiares de mi edad correteando de esquina a esquina, y sin temor en aquellos tiempos, pero también me hacen pensar en, dichamente, la carne, los animales. Pero eso poco importaba en ese momento, únicamente una buena noche sabática con amigos.
-Me parece que te ''boludearon'' –le dije.
-¿Te parece?, yo creo que sí. En cima el idiota de Tomás, que es idiota, en vez de traer cinco tiras de chorizo y dos de morcilla como le había dicho, trajo, dos tiras de chorizo y cinco de morcilla –mordió su labio inferior y siguió asando.
-Que cabeza de novio –me burlé.
-¿Cómo cabeza de novio? –estaba desorbitado.
-Si, como oíste… Todavía siente cosas por Mayra. Pero quien sabe, ojalá se dé cuenta de que ella no lo quiere y encuentre a alguien que lo valore de verdad. No sé qué hace acá esperando a que a Mayra se le muevan las ideas y no sale a buscar a ese alguien, sabiendo que hay tantas mujeres en este mundo. Es preferible que no se encierre en pensar solo en May, la quiero mucho, pero no… ¿Me entendes? –pausé; Mariano escuchaba atentamente-. Yo a veces pienso en esto y me pregunto: ¿Qué pasará por la cabeza de Tomás?. Es mi primo, y obviamente voy a querer lo mejor para él. No digo que Mayra sea mala persona…
-Es que hay tanta buena mujer afuera que el solo se crea un mundo en donde él y ella son felices, cuando sabe que no es verdad… -interrumpió.
-Claro, exacto, es así –callamos-. ¿Me parece o necesita más carbón?
-Sí, necesita más carbón –reímos-. ¿Me traes un par?
Me acerqué a la bolsa del carbón y tomé unos diez carbones. Se los alcancé a Mariano, hice un ademán en forma de despedida y entré nuevamente a la casa. No había ni un alma en esa salda de estar tan limpia y ordenada, mantenida así gracias a la destreza de Mayra, cuando el afán de limpiar y fregar se presentaba en ella. Me divertía, a veces, verla limpiar con tanto ímpetu a la vez que sus pies se movían en pequeños círculos componiendo un vals al ritmo de la música que sonaba en la radio o simplemente verla bailar como era de costumbre en ella.
Fui hasta la cocina y las únicas que estaban eran Luz y Florencia, me acerqué y les cuestioné:
-¿Y los demás?
-En la playa, Vicky –dijo Flor.
-No, mentira Flor, algunos fueron a comparar al supermercado gaseosas.
-¿De casualidad no les dijeron que yo tomo jugo de naranja?
-No –contestó Luz.
-No hay problema, voy con ellos.
Corrí hasta mi cuarto y tomé un suéter gris claro que contrastaba con mi pantalón de jean negro, largo, y mis borceguíes brunos, desgastados, con todo el peso de los años encima de ellos. Recogí mi pelo en una cola de caballo mientras dejaba que mi flequillo se desacomodara libremente en mi despejada y suave frente.
-¿A dónde vas? –dijo alguien a mis espaldas.
Al darme vuelta vi que se trataba de Harry.
-Voy al supermercado con los demás así me compro un jugo de naranja en polvo para hacer.
-Te acompaño.
Mi respuesta fue positiva, lo recibí con mucha alegría y no entendía porque se debía tanta felicidad de que me acompañara un par de calles al centro.

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