martes, 18 de octubre de 2011

The Dreamers: Capítulo seis, Sobre la orilla del mar.

Capítulo seis: Sobre la orilla del mar.


-¡Mira! Mira lo que son esos sombreros, ¡por Dios! –exclamó Natalia casi exaltada.
-Uh, es cierto, son muy lindos... -nos acercamos y comenzamos a probarnos todos los sombreros de la tienda.
Había un hermoso sombrero de paja con una cinta roja en el medio cortando con tanto color beige, finalizando con un perfecto moño, del cual sus puntas más lisas caían como una lluvia por el borde de la sombrera del mismo. Pensé en que a Mayra le iba a gustar tanto como a mí; no lo dude un solo segundo más y lo compré.

Para cuando había llegado, Natalia y yo descargamos todas las bolsas en la mesa circular de la cocina. Guardamos cada cosa en sus respectivos lugares, y al terminar, yo me dirigí al segundo piso con el sombrero entre mis manos. Caminé hasta el cuarto de Mayra, abrí la puerta y estaba todo en perfecto orden, dejé el sombrero arriba de su cama. Su cuarto era espectacular: las paredes eran blancas como las demás, su cama era de dos plazas, muy acolchonada, con base de madera. Su superficie repleta de almohadas, y en el suelo, a un costado se encontraba una alfombra de terciopelo bordó. Luego, una mesa de luz a su lado con un velador apagado. El ventanal estaba cerrado y hacía un poco de calor, me acerqué, junté mis manos y con fuerza deslicé a un costado el gran ventanal de vidrio cristalizado. Una brisa fría me paralizo e hizo volar algunas hojas del escritorio de Mayra. Las junté una por una sin leer su contenido, las dejé nuevamente en el pupitre, di la vuelta y me marché como cuando entré.

Cuando salí del cuarto de Mayra me encontré frente a la puerta de mi habitación entre abierta, me pareció bastante raro ya que yo siempre la mantenía cerrada. Entré. Mi ventanal como siempre abierto y dejando penetrar una fresca ventisca en el ambiente, pero detrás de esas danzantes cortinas vi una figura masculina. Al mirar vi que se trataba de Tomás, parecía afligido. Lentamente me acerqué y lo abracé por detrás; pude percibir su sonrisa delante de mí.
-¿Por qué el abrazo, Vicky? -acarició mis manos.
-¿Por qué estas así? -dejó de acariciar mis manos, soltó mis brazos, dio la media vuelta y lo encontré parado frente a mí con sus ojos fijos en los míos.
-Porque amo mucho a una persona que posiblemente no tenga ni la más pálida idea de que la amo mucho... Y vos sabes a quien me refiero, o no, no sé -pauso y dio un largo y fuerte suspiro, entre tanto volvió a mirar hacia el mar-. Estoy loco y completamente enamorado de Mayra, pero yo ya sé que para ella yo no soy nadie, ya no más. Apuesto a que me supo olvidar, ¿vos te acordas de cuando estuvimos de ''novios’’?
-¿Cómo no acordarme?, si la primera vez que se dieron un beso se fueron mínimo una cuadra lejos de mí y de Mariano. Estábamos en la secundaria. Mariano y yo no sabíamos dónde meternos ese día, ¡no nos conocíamos del todo bien! -reí y Tomás hizo lo mismo- ¿Y por qué viniste a mi cuarto?
-Por qué... Sos mi prima y sé que me das permiso de entrar a tu habitación aunque no estés... Ah, y porque tenes balcón y sé que mis secretos quedarán en el fondo del mar -sonrió tiernamente, yo me hice de puntitas de pies y besé su mejilla.
-¿Bajas conmigo? Dale que Nati y yo vamos a cocinar -el me miró con un ceja arriba y yo reí- Sí, sí, ''vamos'' a cocinar -sonrió nuevamente y bajamos a la cocina con Natalia.

Al llegar, un estrepitoso grito nos distrajo.
- ¡Tomi! –Vociferó Natalia y lo abrazo fuertemente- Parece que no te hubiera visto hace como un año -los tres nos miramos-. En fin -agregó Natalia y comenzamos a reí enfermizamente.
Al poco rato vi como Tomás y Natalia cocinaban la Merluza, mientras yo hacía el puré, controlada y bajo el mando de Natalia, ya que La Inservible Victoria era un desastre en la cocina, más vale perderme que tenerme allí.
Después de hacer el puré, adornar la mesa del comedor, barrer el piso de la cocina, limpiar el harina que cayó accidentalmente en el suelo, el pan rallado todo esparcido por la mesa, tirar al tacho de basura las cascaras de las papas y lavar los recipientes que habíamos usado, me fui a observar más de aquel panorama que esta mañana me fue imposible de apreciar. Desaparecí de la cocina y me guíe hacia la playa, pero pensaba volver luego.
Llegué a una de las puntas, en donde comenzaba Pinamar, si mal no recuerdo. Metí mis pies en la orilla, al darme cuenta de que había una bandera roja marcando el límite entre playa y playa. Caminé hacia atrás y tropecé con una concha de mar, la tomé entre mis manos y transité nuevamente hacía mi casa, por decirlo así, en realidad seguí de largo. Me di cuenta de que estaba pisando el territorio de Harry, mi vecino. Me hice a un lado y deambulé por la orilla, pateando la espuma que se acumulaba en ella, y unos cuantos granos de arena también. De tanto patear caí al suelo; había mojado toda mi espalda y no me importaba, me quede sentada allí unos cinco minutos, y cuando estuve a punto de levantarme para poder irme alguien dijo:
-Te vuelvo a ver -giré a mi derecha y vi a Harry sentado a mi lado con la vista al frente.
-Es cierto -tomé aire-. Yo ya me iba, ¿eh?
-Está bien -bajo la mirada y comenzó a jugar con la arena, tomándola entre sus manos y viendo como esta se filtraba entre sus dedos, como a un tamiz.
Luego subió la vista, se quedó observándome por un rato largo, a la vez que yo sacudía la arena que se había pegado detrás de mí pantalón.
-Hasta luego -saludé.
-Sí, hasta luego... -contestó.
Palmee mis manos llenas de arena y me di cuenta de que me faltaba la concha de mar. Resoplé y con pasos largos me dirigí de nuevo. Harry seguía ahí todavía, mirando a ningún lugar.
-Disculpá -me acerque; él elevo la vista a mí-. Me olvidé eso -señale mi concha de mar- ¿Me la darías, por favor?
-Si, ¿cómo no? - la tomo y se paró.
Era alto, muy alto. Sus ojo brillaban, una música sinuosa se hacía presente a cada pestañeo que el daba, me sentía extraña al ver esos claros iris. Depositó el molusco de clase bivalvo en mi mano izquierda y yo sentí el tacto de su suave piel sobre la mía.
-¿Nos vamos a cruzar de nuevo, Vicky? –interpeló con un tono de voz suave.
-Apuesto a que sí -sonreí, cada vez alejándome más.
Pero algo me hizo avanzar; algo que me dijo que me despidiera de él. Y lo hice.

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